El fascista, doña Pura y el follón de la escultura
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El consorcio del pueblo aprueba, a propuesta de su Alcalde, encargar a Ramón, un escultor arruinado, una estatua ecuestre de Franco. Luis, uno de los concejales, visita a Ramón y le propone el encargo, que Ramón rechaza por motivos ideológicos, pero después de meditarlo lo acepta ya que no existen estatuas ecuestres de mármol. Cuando finalmente Ramón termina la estatua, todo el consorcio opina que ya pasó el momento de inaugurar una estatua de Franco. Para contentar a Ramón aprueban la realización de una nueva estatua. Esta será dedicada a la democracia.